Monique Meij-Beekman (1963) pinturas de cuerpos y retratos en tonos tiza, pintados sobre lienzos sueltos.

Lo primero que llama la atención de su obra es que no está estirada, el lienzo cuelga suelto de la pared mediante un hilo. En la galería de paredes blancas y suelo gris, los once lienzos en tonos grises y marrones causan un inmenso impacto. Aunque aún no puedas ver las imágenes, el trabajo ya es impresionante.

Cada lienzo cuenta su propia historia. Las pinturas de Monique Meij-Beekman marcan la diferencia porque retratan al hombre en su pura vulnerabilidad.

Le encanta pintar piel, huesos, músculos, tendones, brillos y pliegues en todos sus detalles -y lo hace técnicamente de manera excelente- pero al mismo tiempo es una maestra de la omisión. La atmósfera que crea ofrece espacio para su propia interpretación.